Hacía muchos años que no ejercía como profesor, casi lo tenía olvidado. Enfrentarme cada día a un aula repleta de jóvenes indios es un reto apasionante: requiere sudar, requiere exigir, requiere acompañar, requiere compartir, requiere mucho, y le quiero contar los porqués.
En el año 2014 la Fundación Vicente Ferrer y la Fundación DKV Integralia empezaron a establecer sinergias de colaboración dirigidas a la inserción socio-laboral de personas con discapacidad.
Yo llegué aquí en marzo de 2016, aquí es Anantapur, le llaman la ciudad del infinito, quizás por la innumerable cantidad de estímulos que se perciben o por las inconmensurables emociones que se viven aquí…
Hace ya tres semanas que empecé a impartir clases a los nuevos 105 alumnos y alumnas de la Professional School de Foreign Languages, el proyecto en el que colaboramos.
Los alumnos, seleccionados entre 1.200 candidaturas, perfeccionan durante un año su nivel de inglés, estudian una lengua extranjera y refuerzan sus habilidades en informática.
Yo les hablo un poco sobre el mundo laboral, los entornos de trabajo y el papel que juegan ellos como parte del talento de las generaciones de jóvenes del entorno rural que se están incorporando al mercado laboral.
Y ante el encargo sentí vértigo… el mismo vértigo que experimento cada vez que tengo que ponerme delante de una audiencia para guiar su aprendizaje.
Me gusta esa palabra, la de guiar, en el fondo las personas aprendemos lo que queremos aprender y sólo con su toma de decisiones es posible que integren nuevos conocimientos. Por eso no enseño, es por ello, que guío, acompaño, conduzco para generar un acuerdo amistoso entre la materia y el educando.
Y no es fácil, porqué dentro de esos 105 jóvenes indios se esconden inquietudes muy diferentes, porqué lo que para mí es importante para ellos puede ser insignificante y porqué la energía que se necesita para gestionar los pensamientos, emociones y comportamientos en el aula es de alto voltaje.
Enseñar no es fácil, y a veces, nuestra sociedad se toma con ligereza la importancia de esta labor, sólo cuando eres docente puedes entender la profundidad de ese trabajo y lo que te requiere. Y yo que soy un poco ciudadano de aquí y allá y de los oficios les puedo asegurar que nuestros profesores se merecen un potosí.
Alicia que dejó el confort de su Mallorca natal y que me dice que no quiere irse nunca de la India, Carmen que se jubiló en las aulas de Andalucía y da una lección diaria como profesora voluntaria a los alumnos de francés o Jaume, profesor de español, que ahorró durante mucho tiempo para vivir esta experiencia formativa son sólo tres de los excelentes profesores con los que convivo en la escuela.
Ellos, y a veces yo, ponemos cada día en la palestra el cemento para que nuestros alumnos se construyan a sí mismos, les animamos a hacerse como personas integras y robustas para estar a refugio ante las inclemencias de la vida, les ponemos monedas de cultura en el bolsillo porque nacieron en la pobreza y solo la educación les puede poner a la altura de los otros en un mercado muy competitivo.
Cuida a tus profesores, cuídalos… sonríe-les, están dedicando su vida a los otros y envían mensajes de esperanza diaria al mundo con sus lecciones…