He de reconocer que nunca me gustó demasiado el concepto de «normal» y, por ende, tampoco el de «normalidad». Al menos no como un concepto positivo o como una serie de preceptos inamovibles bajo el cual se estandarizan comportamientos, conductas, realidades y personas. Y esto es algo que aprendes forzosamente cuando tienes una gran discapacidad y más de la mitad de tu trayectoria profesional la dedicas a trabajar con un colectivo en riesgo de exclusión social.
La gran lucha no es cuando te despiertas en una cama de hospital con una tetraplejia, ni cuando pasas arduos procesos de recuperación, ni cuando tienes que aprender todo de nuevo. Te das cuenta de esto cuando quieres volver a reconstruir tu realidad: encontrar una pareja, un trabajo, acceder a un edificio o a un equipamiento cultural o turístico… Es aquí cuando tomas conciencia de que tu gran lucha (y será así toda la vida) es precisamente contra la normalidad, ahora llamada nueva normalidad.
Me he pasado toda la vida abanderando el cambio. El cambio en mi situación personal tras adquirir una gran discapacidad, el cambio en la inclusión sociolaboral de personas con discapacidad, el cambio en el contexto tecnológico de los Contact Centers, y el cambio en la cultura de las organizaciones. El cambio entendido como vínculo con la diversidad; la diversidad entendida como antagónica de aquello que llamamos «normal».
¿No esconde el término «nueva normalidad» una aspiración a que todo vuelva a ser como antes de la pandemia, aceptando que habrá cambios, pero deseando en el fondo que sean los menos posibles? ¿No es esta «nueva normalidad» una negación ante la evidencia de que el cambio es intrínseco a las vidas y a las sociedades donde estas se desarrollan? ¿No es un constructo ajustado a un esquema mental que estandariza la realidad y que no estimula la actitud ante el cambio, tan necesario para construir un mundo más justo, sostenible e igualitario?
No se me malinterprete. Yo, al igual que todos, deseo que esta crisis sanitaria termine cuanto antes. Pero deseo que si abandonamos una ‘normalidad’ no sea para dirigirnos a otra ‘normalidad’. Es desde óptica de la diversidad desde donde humildemente creo que debemos afrontar este nuevo ciclo.
Independientemente de las consecuencias económicas de esta pandemia, todos como sociedad debemos abrirnos a esta diversidad e interiorizar la igualdad de oportunidades y derechos de toda la ciudadanía, sin importar su género, discapacidad, raza, etnia u orientación sexual.
Muchas entidades del tercer sector de la discapacidad como COCEMFE, Federación ECOM o CERMI, ya están anticipándose a la situación y realizando un llamamiento a las administraciones públicas de que la posible crisis económica que venga incidirá más en los colectivos más vulnerables, como suele ocurrir en la ‘normalidad’, a no ser que se tomen medidas.
Por ejemplo, el presidente de la Federación Empresarial Española de Asociaciones de Centros Especiales de Empleo (FEACEM), Daniel-Aníbal García Diego, declaró que «han solicitado medidas urgentes y extraordinarias que den respuesta a las necesidades del sector, para garantizar sus sostenibilidad y el mantenimiento del empleo».
Por otro lado, el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI), pidió que «la voz de las personas con discapacidad se escuche en la comisión sobre la reconstrucción del Congreso de los Diputados», ya que, según ha defendido, «se debe trabajar para que esta parte de la ciudadanía no se quede atrás en la ‘nueva normalidad’». También COCEMFE inició la campaña #INCLUSIÓNIMPARABLE, para que no se vulneren los derechos de las personas con discapacidad recogidos en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas.
En definitiva, todas las entidades que trabajamos en el tercer sector de la discapacidad reivindicamos que la reconstrucción poscoronavirus no deje atrás a las personas con discapacidad.
Pero es un error llevar a cabo esta reconstrucción si la motivación final es llegar a una nueva normalidad porque… «si (solo) el 25% de las empresas que cumplen con la Ley General de la Discapacidad configuraran sus políticas de contratación bajo ese marco de normalidad, si no se hubieran salido de lo establecido ni soñado con que se podían hacer las cosas de otra manera, nunca se hubieran replanteado la contratación de personas con discapacidad, y la inclusión laboral de nuestro colectivo sería un reto todavía más difícil de cumplir para nosotros».
¿Por qué pensar en dirigirnos a una nueva normalidad cuando podemos pensar en dirigirnos a un mundo diferente, a un mundo mejor?
Javier de Oña
Subdirector de la Fundación Integralia