En 1999, un brote psicótico cambió la vida de Carmelo Gimeno Turón, compañero de la Fundación Integralia en Zaragoza. Carmelo nos ayuda a derribar los mitos y prejuicios de una de las enfermedades más estigmatizadas de la sociedad, la esquizofrenia, con la que convive desde hace 20 años.
Hay toallas limpias. Hay sábanas limpias que de tan limpias que están huelen a nada. Todos conocemos ese olor. No es una habitación para fumadores porque no hay ceniceros. Hay un baño y papel higiénico y un espejo pero no hay geles ni champú y hay un compañero de cuarto y aire acondicionado y a Carmelo Gimeno Turón le apetece un cigarrillo.
¿Por qué tengo un compañero de cuarto? ¿Y dónde dejé el tabaco?
Hay una televisión pero no hay teléfono ni número de servicio de habitaciones. Hay un armario pero no hay ropa. Ni siquiera Carmelo tiene ropa. No hay recepcionistas ni bocas que sonríen como muelles ni «que pase una buena estancia señor» ni hay una sala de conferencias ni hay una cafetería ni hay olor a tostadas o zumo de naranja ultraprocesado. Es otoño en Zaragoza y fuera debe hacer un viento frío como siempre lo hay en Zaragoza, agitando los árboles desnudos del parque Delicias, pero aquí no hay vistas a la calle sino paredes blancas, estanterías blancas, mesas blancas. De repente entra una enfermera con su cofia y su bata blanca y ahí el click. El pozo.
«Esto no es un hotel. Esto es el psiquiátrico».
Pero el antes comienza con unas oposiciones suspendidas para abogado del Estado, una ruptura sentimental, un padre que tiene un accidente, un estado emocional que dice basta, un brote psicótico, fantasmas donde no los hay, manía persecutoria y un coche -todo esto difuso- «que me lleva a un hotel». Mucho antes hay un licenciado en derecho nacido en 1968 en la capital maña, hay un chico reservado con la vida normal que tienen las personas normales y reservadas, que prepara unas oposiciones mientras trabaja en un almacén de una empresa de alimentación y que no sospecha que su genética lleva alojada consigo una bomba de relojería.
El antes es un desequilibrio químico cerebral que conlleva a una serie de cambios en los neurotransmisores, principalmente los dependientes de la dopamina y la serotonina. El después es «estar en un pozo donde solo tienes uno de tus brazos agarrado a la realidad y que sabes que si ese brazo también entra en el pozo, estás perdido. Es como tener un pie metido en el infierno».
El diagnóstico es claro: esquizofrenia. Zyprexa cada día, incapacidad para concentrarse por el medicamento. Tinieblas. Un despido como la copa de un pino, inseguridad y falta de autoestima. «Notas que sin querer la gente te culpa. Muchas veces las personas, incluso las cercanas a ti, no acaban de entender que se trata de una enfermedad como cualquier otra. Cuando ves a una persona en silla de ruedas no dudas de que esa persona no puede caminar por mucho que quiera. Con las enfermedades mentales asocian que es culpa tuya por no poder controlarla. Y al final, lo peor de todo, es que acabas creyendo que es culpa tuya».
En la espalda, todo el peso de una vida y de una enfermedad y de un instante: porque es en los instantes donde se alojan las miradas y los comentarios y el mayor de todos los pesos que es el de la culpa. Hay en la mirada de Carmelo una atención perenne como el mismísimo viento de Zaragoza, que ahora arrastra con fuerza las mesas de una terraza de una cafetería y Carmelo mira atento porque 10 años en la oscuridad son muchos años sin apreciar detalles y ahora parece que no quiera perderse ni uno. «Llevé muy mal la medicación. Era como si me vinieran demasiados pensamientos a la cabeza. Me despistaba en muchas cosas. No podía concentrarme en nada».
Los detalles son importantes. En un almacén significa que los pedidos puedan aparecer en lugares donde no corresponden. Los detalles hacen que pierdas un trabajo; que encuentres otro de comercial y también lo pierdas; que encuentres otro más de comercial y también lo pierdas. Y todo esto Carmelo lo cuenta ahora, mucho mucho tiempo después, sin fumar porque ya no fuma; esa nebulosa, como si en tu cabeza hubiera solo arenas movedizas o una niebla matinal o un bosque frondoso que tapa los rayos del sol o algo peor. «No se lo recomiendo ni a mí peor enemigo».
Aun así, Carmelo consiguió trabajo en la Fundación Picarral, en Anobium, que más tarde pasaría a convertirse en Integralia Digital Global. Era el año 2004 y Carmelo destruía documentos –en eso consistía su puesto de trabajo entonces- con esa misma nebulosa. En 2010 todo cambió. Esta vez fue un cáncer. Esta vez su madre. Y después de ver cómo los grandes proyectos de tu vida se han visto truncados, el mundo deja caprichosamente una gran responsabilidad entre tus manos, en este caso cuidar de su madre, y la primera pregunta que se hace Carmelo es ¿estaré a la altura?
Carmelo cuidó a su madre y la esquizofrenia no hizo distinto su amor por ella ni su amor hacia los detalles. «Tener esa responsabilidad hizo que me centrará mucho más. Que ganara confianza al ver que lo podía hacer como cualquier otra persona. A mí me ha salvado la vida cuidar de mi madre y tener un trabajo en Integralia. Al final las responsabilidades son lo que te hacen levantarte de la cama e intentar ser mejor cada día.»
Carmelo ahora trabaja en Integralia Digital Global -la antigua Anobium- como especialista de contenidos dentro del equipo de Marketing Digital. Solo 2 de cada 10 personas con una enfermedad mental tienen un empleo. Sin duda, se trata de una de las enfermedades más estigmatizadas en la sociedad, con su consiguiente dificultad para la incorporación en el mercado laboral. Un estigma que Carmelo, con su trabajo diario, demuestra no estar justificado. «Hace como 10 años que no me da un brote ni cojo una baja. Se puede salir. Ahora estoy muy bien. Hago mi vida y soy independiente, que es algo que antes no podía decir. Esto es algo que me gustaría que apareciera en el reportaje. Que se puede salir y hacer una vida normal. La esquizofrenia se puede controlar. Eso sí, siempre cuidándote, tomándote tu medicación y haciendo revisiones periódicas con un psicólogo. No se puede olvidar que el pozo siempre está ahí, esperando un paso en falso».