Salvando las distancias, esta historia me suena.
La de irse a dormir pensando en el día de mañana, que excepto matices, siempre es muy parecido al de hoy. Y al de ayer. Levantarse, desayunar, ducharse, lavarse los dientes, coger el coche, el tráfico en la A2, llegar al trabajo. Reuniones, imprevistos, búsqueda de soluciones y un largo etcétera. La historia que me suena es la de las rutinas que pensamos que son eternas e inviolables y que un buen día desaparecen. Y lo hacen con la misma fugacidad con la que un médico te diagnostica una esclerosis múltiple con 25 años o con la que un coche te arroya provocándote una lesión medular irreversible. En un abrir y cerrar de ojos las noches se vuelven más sombrías: irse a dormir pensando en el día de ayer, aquel que nunca volverá a ser, y con el miedo de cómo será el de mañana.
Esta historia me suena porque es la historia de una discapacidad sobrevenida.
El 12 de marzo a las 23:53 se decretaba el Estado de Alarma en nuestro país. Aquel día todos nos fuimos a dormir pensando en el día de ayer, aquel que nunca volverá a ser (por suerte solo temporalmente), y con el miedo de cómo será el de mañana. ¿Les suena? Toda la experiencia individual de una persona con discapacidad sobrevenida –aunque no en la misma forma pero sí en la misma esencia- parece que esté calando en el imaginario colectivo. Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, nos cambiaron las preguntas, como diría Benedetti, y todo aquello que dábamos por seguro, algo tan simple como salir a la calle a tomar un café, desapareció de la noche a la mañana.
Adaptabilidad
Toca adaptarse pues, al nuevo escenario. Al igual que todas aquellas personas con discapacidad que ya lo hicieron antes que nosotros. La adaptabilidad de las organizaciones se pone a prueba en momentos como este, cuando el tablero cambia de un día para otro. Las organizaciones –también gobiernos y Administraciones Públicas- han de ser lo más ágiles posibles ante estas situaciones donde la tardanza en una decisión pueden conllevar graves consecuencias. La capacidad de cada una de las personas que componen una organización para aprender en el menor tiempo posible son competencias fundamentales, ya no solo en esta crisis sanitaria, sino también en el futuro, donde el mercado promete ser más dinámico que nunca con la irrupción de las nuevas tecnologías.
La prioridad de Integralia siempre es la salud de su equipo. Y también tuvimos que adaptarnos. Nuestra naturaleza de entidad social no puede permitir poner en riesgo a ninguna persona vulnerable. Pero a su vez, mantener la actividad y el compromiso con nuestros clientes también es fundamental para garantizar nuestra sostenibilidad. El impacto social de Integralia no es posible sin la confianza de las empresas e instituciones clientes que confían en sus servicios. Así fue, con la máxima celeridad posible, como hemos conseguido que más de 400 personas estén actualmente trabajando desde sus domicilios, pese a todas las dificultades –técnicas, logísticas- que aparecen cuando quieres llevarte un Contact Center a tu casa. Un hito del que sin duda estamos extrayendo muchos aprendizajes. También nosotros estamos aprendiendo mucho de nosotros mismos durante esta crisis.
Aprendizaje
Adaptabilidad y aprendizaje van siempre unidas de la mano. No son pocas las veces que Javier de Oña —subdirector de Integralia— me ha contado cómo tuvo él que aprender todo de nuevo para adaptarse a su tetraplejia por un accidente de moto: lavarse los dientes, conducir, escribir en un ordenador… Absolutamente todo. Ahora todos como sociedad nos estamos adaptando a esta nueva situación, y aprendiendo mucho de ella.
Para mí el gran aprendizaje es claro: «nos necesitamos los unos a los otros». Qué más prueba de ello que lo que estamos viviendo, donde nos enfrentamos a uno de los mayores sacrificios de nuestra vida renunciando a nuestra libertad más preciada, la libertad de movimiento, y que además no solo lo hacemos por nosotros mismos, sino que también lo hacemos por los demás, por la población que más riesgo tiene con esta enfermedad, demostrando que somos una sociedad interconectada y global y el problema ajeno también es mi problema, y por esto millones de personas se confinan en sus casas, se agolpan en sus terrazas y balcones y rinden pleitesía en un aplauso conjunto, y empresas donan material sanitario, y ponen aplicaciones médicas al servicio de la ciudadanía, y asociaciones de vecinos cosen mascarillas, y toda la sociedad en su conjunto cercenan sus ajuares y aprenden a discernir lo transcendental de lo superfluo, a dejar al desnudo el pilar más importante de todos, que somos nosotros mismos, las personas.
Es este mismo espíritu el que Integralia lleva exigiendo durante años para hacer cumplir los derechos de los personas con discapacidad. Es este espíritu, el no dejar a nadie atrás, el necesario para el cumplimiento de la Ley General de la Discapacidad (LGD) que obliga a las empresas con más 50 empleados a reservar una cuota del 2% de personas con discapacidad en sus equipos. DKV es un ejemplo de este espíritu. Su compromiso con las personas con discapacidad se remontan al origen de nuestra Fundación. Un compromiso que han ido reafirmando a lo largo del tiempo y que sigue vigente en la actualidad, especialmente ahora con su nuevo posicionamiento de marca, donde la discapacidad y la eliminación de barreras sigue siendo uno de sus ejes fundamentales.
Este es quizá el gran aprendizaje que me llevo de esta situación tan excepcional que vivimos, que este espíritu solidario está dentro de cada uno de nosotros y solo tenemos que aflorarlo para hacer frente a los grandes desafíos globales, aprendiendo, cambiando hábitos y costumbres, tejiendo redes de colaboración y apoyo que en nuestro caso sirvan para hacer valer los derechos de las personas con discapacidad, que, no lo olvidemos, muchas de ellas ya han vivido antes, aunque de distinta forma, esta situación.
Cristina González
Directora de la Fundación Integralia DKV