Hace unos días recordaba con algunos de mis compañeros una frase que William Shakespeare puso en boca de uno de sus personajes teatrales, Fray Lorenzo, a propósito de la aceleración que imprimimos a algunas cosas en nuestras vidas, no sólo a nivel personal, sino colectivo: “Tan a destiempo llega el que va muy deprisa como el que va muy despacio”. Es una evidencia, así que poco importa que la frase se escribiera hace 500 años.
Y al hilo de la anterior, esta otra: “No estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época”. La frase no es de ningún gurú de Wall Street, ni del último premio Nobel de economía… la dijo, también hace cinco siglos, Leonardo da Vinci. Ahora, como en aquel Renacimiento que vivieron Shakespeare y da Vinci, vivimos nosotros cambios profundos y vertiginosos.
Todo ocurre muy deprisa, especialmente desde el estallido de la crisis en 2007, y la inercia nos puede arrastrar a la toma de decisiones precipitadas, a destiempo. Eso incluye a las empresas, porque aquellas que no piensan en una travesía de largo recorrido corren el riesgo de ahogarse en el presente.
Pensar a largo plazo es necesario… y productivo. Recuerdo el famoso experimento del psicólogo Walter Mischel en los años sesenta con un grupo de niños, a los que uno a uno puso frente a una golosina y les prometió otra si esperaban 15 minutos para comérsela. Al dejarlos solos, dos de cada tres niños no esperaron. Pues bien, 15 años después, Mischell comprobó que el 100% de los que no sucumbieron a la tentación eran jóvenes con mayor éxito en los estudios y en la vida que los que no resistieron. Es decir, contener los impulsos nos da más capacidad para conseguir nuestros objetivos.
Dando por supuesto que, efectivamente, vivimos un cambio de Era, podríamos aceptar que estamos pasando del Capitalismo al Talentismo, o lo que es lo mismo a considerar el talento como el petróleo de la nueva economía.
Al “Talentismo” le dio carta de naturaleza, hace ya cinco años, el mismísimo fundador del Foro de Davos, Klaus Schwab, para quien el éxito de cualquier modelo competitivo de negocio y de país estará basado menos en el capital y más en el talento. El talento humano, con cada vez mayor peso estratégico en las empresas, se configura como generador de creatividad e impulsor de la innovación y el progreso social.
Las empresas inteligentes no sólo buscan talento, lo retienen, porque piensan en el largo plazo, sin que ello signifique que no sean capaces de adaptarse rápidamente a los cambios. Pueden ser igualmente, necesariamente, flexibles, sabiendo gestionar la incertidumbre.
Siempre he dicho que me gustan las empresas que procuran formación (formación de la de verdad) porque es uno de los indicadores más visibles de su apuesta por la retención del talento. Porque la buena noticia es que el talento no se hereda, el talento se desarrolla. No se nace con talento, el talento se hace. Y eso requiere su tiempo.
Antonio Ocaña
Teleoperador DKV Integralia Zaragoza