El accidente
En una de las pistas rojas de la estación de Formigal hay una pendiente de unos 40% de inclinación y un hombre de León que ha perdido el control de sus esquís. Desciende a toda velocidad mientras hace aspavientos. Es 1996 y Noemí Arrieta está con su padre esquiando en esa misma pista. El tipo de León se encuentra con lo peor que le podía pasar. Con una niña de 7 años a la que triplica su peso. Entonces grita. “’CUIDADOOOOO”. Pero, cuando Noemí Arrieta se da la vuelta, ya se ha convertido en una pequeña bola que rueda sobre la nieve. Cuando vuelve en sí, se ha meado encima, las terminaciones nerviosas de su plexo braquial izquierdo han sido arrancadas; no siente el brazo, y entonces piensa en aquella otra chica que esquiaba -a la que le habían amputado un brazo por un accidente- y se horroriza. Y lo grita. “No quiero que me amputen el brazo”. A Noemí finalmente no le tuvieron que amputar el brazo, pero tras una operación y muchos, muchos, años de rehabilitación, ha perdido gran parte de la movilidad en él.
El 18 de marzo de 1996 Noemí pasa a formar parte de ese 6% de mujeres con discapacidad que hay en España. Según las estadísticas, tiene casi un 70% de posibilidades de no ser activa laboralmente, un 3% de ser analfabeta, casi un 30% de estar en paro, un 22% de no obtener ningún ingreso por rendimientos de trabajo, un 23% de estar en situación de pobreza, un 80% de ser víctima de violencia de género y un riesgo cuatro veces mayor que el resto de mujeres a que esta violencia sea de índole sexual.
Solo son estadísticas
“Lo he reflexionado mucho. Yo creo que la clave de mi seguridad es el apoyo que he tenido a nivel familiar y en el colegio. Nunca fui rechazada. Siempre fui muy querida. La única excepción que recuerdo es cuando un compañero me llamó manca. Tal y como lo dijo se echó a llorar y me pidió perdón de rodillas. En mi cole trabajaban mucho la igualdad, la diversidad y el diálogo”.
Noemí nunca se sintió atraída por el tercer sector de la discapacidad. No solo no encajaba en la estadística, sino que ni las conocía. “Es una creencia limitante que uno mismo se autoimpone”, diría antes. Antes, cuando después de estudiar Periodismo, comenzó su carrera profesional como becaria en El Periódico de Aragón. El jefe de redacción le dijo:
– ¿Escribirás con un solo brazo?
– Sí, claro.
– ¿Y vas a poder llevar el ritmo de la redacción?
– Sí, claro.
Como la discapacidad es un mero papel, un certificado más, una creencia autolimitante, Noemí hizo una prueba de redacción. Allí comprobaron que, con solo una mano, podía escribir igual de rápido o más que el resto de compañeros de la redacción. Una vez terminada la beca, y tras trabajar por un periodo de tiempo en las áreas de comunicación de una cadena hotelera y una franquicia de perfumes, encontró trabajo en el área de Marketing Digital del centro especial de empleo de Fundación Integralia DKV en Zaragoza.
“Yo ni sabía que existían los centros especiales de empleo. Nunca fui consciente de mi discapacidad hasta que entré en Integralia. Nunca lo había creído importante. He de reconocer que al principio no me gustó, pero estaba a las puertas de casarme y necesitaba un trabajo”.
Todos necesitamos un lugar. Y el lugar de Noemí no era el de estar entre las estadísticas. No era un dato más a engrosar los bochornosos indicadores que demuestran el grado de vulnerabilidad del colectivo de mujeres con discapacidad. Poco a poco fue conociendo a Carmelo y a más personas con una enfermedad mental que tienen que lidiar con múltiples barreras en su día a día.
Conoció a Javier de Oña (subdirector de la Fundación). Conoció a Elena Jacinto (responsable de Calidad). Conoció las estadísticas. Conoció el rostro humano que había detrás de ellas. Que no todo es blanco y negro y que la vida se compone de una gran amalgama de grises. “Para mí fue muy importante conocer otros tipos de discapacidad. Ver cómo otra gente vive la discapacidad. Los contextos tan diferentes que tiene cada persona y la enorme diversidad que hay en este colectivo. En el fondo yo soy una ‘privilegiada’. Siempre me han aceptado socialmente, que es una gran base en el desarrollo de una persona. Pero hay mucha gente que ha sido completamente apartada y no puedes exigir que viva su discapacidad con la misma naturalidad con la que la vives tú”.
Asunción de la dirección del centro especial de empleo en Zaragoza
La implicación fue en aumento. Cuando surgió una vacante para dirección del centro en Zaragoza, la directora de la Fundación, Cristina González, la sugirió a ella. “Me daba mucho vértigo, pero acepté. Era un reto muy bonito”. Y Noemí, la chica de 7 años que no querían que le cortaran el brazo, la que no quería saber nada de la discapacidad, está hoy dirigiendo un centro especial de empleo de 65 personas. Todas ellas con discapacidad. “He de decir que todo el equipo me ayudó mucho a adaptarme al puesto. También el equipo de DKV. Estamos dentro de la Torre DKV y trabajé muy de la mano del equipo de Calidad, especialmente con Ricardo Gimeno. Siempre han estado ahí y he aprendido muchísimo con ellos”.
El lugar de Noemí no es ser un dato más que engrose las estadísticas. Nunca lo fue. Desempleo, inactividad, pobreza, analfabetismo, bajos niveles formativos, violencia, violencia sexual… es el lugar de muchas personas, especialmente mujeres, por el mero hecho de tener discapacidad. El lugar de Noemí es que los demás encuentren su lugar, con su apoyo y con el de toda la Fundación para conseguirlo.